Hoy al
mediodía, fui hasta la Ciudad Vieja para realizar unos trámites. Al terminar, me
paré en la esquina de 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, ante el dilema de regresar a
18 de Julio o aprovechar la hermosa tarde otoñal y recorrer aquellas calles por
las que hace tantos años, solía
transitar a diario.
Tomé
por 25 de Mayo rumbo al puerto, pretendí observarlo todo con ojos de turista,
pero al mismo tiempo era imposible no sentir una profunda nostalgia por lo que
ya no está. Me costó reconocer algunos edificios, y me dio mucha tristeza ver que
el local de una muy famosa librería y editorial de otra época, está sucio,
abandonado y con un cartel de venta que seguramente espera por algún inversor
que lo compre para convertirlo en ¡vaya a saber qué! Observé que también estaba
cerrado el edificio de apartamentos que hay encima del local y, en al que yo
fui a vivir cuando recién me casé, pero ¡fue hace tanto tiempo…! Me lo imaginé
habitado por ratas y cucarachas, que siempre andaban al acecho para invadirlo
todo.
Caminé
hasta la calle Colón, que en aquella época estaba cubierta de comercios y
baratillos, pero en la que hoy, con un poco de suerte, hay dos o tres por cuadra, el
resto son locales cerrados con carteles de “se alquila”, que yacen bajo una
espesa capa de smock que lo cubre todo. Me resultó imposible hacer mi
recorrido con ojos de turista, porque cada esquina, cada local cerrado, cada
edificio que antes era impresionante, despertaba una cadena de recuerdos en mi
memoria, aunque ya no sé si esos recuerdos eran míos, o me los contó aquella joven que antes habitaba mi cuerpo cuando recorría aquellos lugares.
Ya no
quise ver más, caminé hasta la peatonal Sarandí y el impacto que se recibe, con
tan solo dos calles de distancia, ¡es sorprendente! Todo glamour, es
como si con unos cuantos pasos, una máquina del tiempo me hubiese trasladado a
una linda callecita de París.
Y así,
permitiendo que el olvido cubriese lo vivido unos instantes antes, me sumergí
en un pintoresco paisaje pintado para turistas…