Estamos en otoño. Es domingo, me
siento al sol y observo cómo ha cambiado el paisaje de los árboles; sus hojas
se han teñido de diferentes tonalidades y, aunque esta mañana no hay viento, el
pasto ha desaparecido debajo de una gruesa capa de color rojo verdoso. Percibo
en el aire el aroma a madera recién cortada que emana de un montón de leños que
esperan a ser quemados con los primeros fríos.
El martilleo de la música a todo
volumen me dice que los jóvenes de la casa de al lado ya están despiertos. Fijo
mis sentidos en el vecino de enfrente que pone gran dedicación en remover la
tierra del jardín, para retirar las petunias que ya agotaron sus flores de
verano. Al sentirse observado, levanta la cabeza y me saluda agitando la mano
en la que sostiene una pequeña pala.
—¿Disfrutando del sol? —me pregunta
una vecina que regresa con sus compras del supermercado.
—Así es —le respondo y, para evitar
que se detenga a conversar, simulo volver a la lectura de un libro que sostengo
abierto entre mis manos.
Una vez leí en alguna parte que «si
uno quiere ver algo –una hoja o una mata de pasto– tiene que conocer el perfil
del amor » Recordarlo me reconforta.
Desde la puerta de la casa, Luisa,
la señora que me ayuda, me anuncia que el almuerzo está pronto. Le respondo que
ya voy, cierro el libro que aún permanecía abierto entre mis manos, y activo el
botón que pone en movimiento las ruedas de mi silla.
Forma parte del libro Una decisión crucial®