martes, 24 de julio de 2018

La ciudad de la luz


Muchas veces me pregunté por qué a París se le conoce como la ciudad de la luz, e intentando encontrar una respuesta busqué en distintas fuentes, las cuales me enriquecieron con los más variados datos. Descubrí que se le dice así porque fue en el Siglo XVIII, conocido también como de la Ilustración que, a partir de la Revolución de 1789, París se transformó en la capital del pensamiento político y filosófico gracias al surgimiento de Rousseau, Voltaire, Montesquieu y otros grandes pensadores.
También encontré otra versión, que se refiere al hecho de que en la época de 1830, las calles de París ya contaban con el alumbrado a gas, algo muy novedoso para esos tiempos y que contribuyó a que se la denominara la ciudad de la luz.
Hace algún tiempo, tuve oportunidad de conocer esa ciudad y fue así que me propuse hallar mi propia versión de, por lo menos, una respuesta a esa pregunta que me había hecho durante tantos años.
Resulta asombroso recorrer sus calles y encontrarnos con una mezcla de nacionalidades que se reflejan a través de los tonos de piel; en sus vestimentas, con algunos hombres vistiendo túnicas y mujeres con coloridos trajes tradicionales o turbantes; también en los diferentes idiomas que se oyen por doquier, y que nos da la impresión de que todos conviven en paz, aunque en la interna tal vez no sea tan así...
Para alguien como yo, que nació y reside en un país tan pequeño como Uruguay, ver esos edificios de medidas tan descomunales, que al intentar tomarles una foto sólo podía hacerlo como panorámica, me hizo sentir como un pigmeo en tierra de gigantes. ¡Ni la cámara ni los ojos me daban para abarcar tanta belleza!
Tener la oportunidad de recorrer estos sitios, me hizo sentir minúscula y al mismo tiempo me transmitió la fuerza que aún conservan esos lugares. La fuerza de aquellos antiguos constructores que fueron capaces de edificar tan monumentales obras sin dejarse amedrentar por las dificultades y limitaciones de la época, siendo capaces de poner tanto amor y paciencia en cada una de ellas, lo que se refleja en sus terminaciones y en la decoración donde cada flor, hoja, guía, o punto lucen unidos en perfecta armonía. ¡Cuánto amor…!
A partir de toda esta experiencia reflexiono: han transcurrido muchos años, nuestra realidad es muy diferente a la de aquella época, pero hay algo que debería continuar intacto, y es nuestra esencia, nuestra Humanidad; y digo debería, porque cuesta creer que somos descendientes de esos mismos seres que ponían tanto amor a su obra. No voy a caer en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, no, porque cada uno se mueve según sus circunstancias, pero ¿dónde quedó ese amor a la obra?, ¿por qué hoy todo se hace con apuro y por obligación? Parece que la consigna actual es “para qué perder tiempo y dinero en construir algo bello, decorativo, que sensibilice nuestro espíritu” porque lo que importa es abaratar costos para aumentar  las ganancias y poder lucrar. Y lo más triste… las relaciones humanas de hoy se manejan, cada vez más, con parámetros similares a los de la construcción de esta época: ser sensible se considera debilidad, por eso es mucho mejor comportarse como seres fríos y uniformes similares a esos edificios que se asemejan entre sí a cajas de concreto y vidrio. Igual sucede con las relaciones personales en las que todos nos convertimos en seres desechables, quien ya “no sirve” se tira, y se consigue uno nuevo; y esto aplica ya sea en pareja, amistad, trabajo, etc.
Creo que haber llegado a tomar conciencia de ésta, nuestra realidad, ha sido mi manera de descubrir a la ciudad de la luz, porque me lleva a seguir trabajando con todas mis energías, para que no continúe deshumanizándose nuestra Humanidad.






No hay comentarios:

Publicar un comentario